Amor, saliva y glándulas
Cioran decía que no soportaba a los filósofos parásitos de Nietzsche –con Heidegger a la cabeza– que creían que la filosofía consistía únicamente en hablar de filosofía. La condición esencial para pensar era abstenerse de reflexionar sobre filosofía y abrir la mente a otros campos como el psicoanálisis, la filología, la política o el arte. El pensador rumano desterrado de sí mismo en París y acompañado por su amante Simone Boué, fracasó una vez más en su condición de adivino del tiempo. Los filósofos apenas hablan de otra cosa que no sea la filosofía de la misma manera que los políticos lo hacen de política y los periodistas de fútbol. Cioran caminaba por París dejando pasar el tiempo esputando un mal francés con extranjeros que siempre estaban de paso: «En tus ruinas me siento a salvo», que exploraba Beckett cuando soñaba con mujeres que ni fu ni fa. Me imagino al dublinés y al transilvano recorriendo a solas las calles noctámbulas de París devorándose por la conversación de su silencio. Cioran y Beckett abstraídos en un bosque de gente oyendo caer las hojas y preguntándose por qué se preocupan tanto de sí mismos. Simone Boué murió ahogada en una playa. Sostenía que el amor era un encuentro de dos salivas y que los sentimientos extraen su absoluto de la miseria de las glándulas. Hay una cosa con la que siempre estaré de acuerdo con Cioran: «Prefiero a las mujeres que a los hombres. ¿Sabe por qué? Porque la mujer es más desequilibrada que el hombre». Por eso y porque cuando sueñan como Boué soñaba escribía de más cosas que del amor.