HOY IRÉ A VERTE, PACO

Cogí un tren y me fui a un parque de Zaragoza a escucharte. No sé si era verano ni puedo recordar el año pero pensé que sería la última vez. Allí estabas Paco Ibáñez, igual que en el Olympia de París, con tu pantalón y tu camisa negra, con tu cuello entreabierto, el labio de arriba sin comisura apenas, tu pelo cano, tu guitarra y el poema aquel de Luis Cernuda del español que hablaba de su tierra y con el que tantas veces me habías hecho llorar. Tú eras el mismo, pero yo ya no era el joven aprendiz de comunista que desgastó su magnetofón dándole al play a la misma cinta que acabó exhausta con sus cachitos de hierro y cromo destruidos por la inercia. Pensar tu nombre ahora envenena mis sueños, que cantaba Luis Cernuda a la España peregrina del destierro. Hoy voy a ir a verte, Paco, porque quizás tú no sigas siendo el mismo y yo, quién sabe, haya regresado a tu vereda de los proverbios y cantares machadianos, o aquel poema de Góngora -Dejadme llorar / orillas del mar- con el que confesaste que descubriste que la música pertenece al poema y que por eso no era necesaria la 'a' entre los dos versos. No sé si voy a llorar orillas del Ebro esta noche escuchándote cuando ataques el Nocturno de Alberti. Las palabras entonces no sirven, son palabras, humaredas perdidas, qué dolor de papeles que ha de borrar el viento... Siempre he pensado, admirado Paco, que deberías haberte quedado para siempre en el Olympia de París. Cantando una y otra vez las mismas canciones de la misma cinta y de la misma España revieja del franquismo con Franco en el Pardo y no en Mingorrubio. Paco, ojalá seas el mismo de siempre y yo nunca vuelva a ser un marchito aprendiz de comunista. Te amo e iré a verte.