TONDON i BLANC

Palacio Tondón es uno de esos lugares que parecen un sueño. Asomado al meandro mítico y primordial de los vinos del alma de López de Herida, lamido por el padre Ebro, que discurre manso y acompasado a su paso por Briñas y, en ocasiones, como este jueves, emboscado por esa niebla fina de Rioja que se desploma desde la Sierra de Cantabria y se pega al río para difuminar el agua y la tierra como si fuera un símbolo del encuentro (aquí lo llaman enlace) entre los espumosos de Raventos i Blanc y los platos de la cocina del estupendísimo hotel. Sólidos y líquidos en una cena suave, riojana y con una textura de una corvina perfecta de cocción que se dio la mano con Textures de Pedra, un vino de tres variedades: Xarel·lo vermell, Bastard negre y Sumol, un Blanc de Noirs muy concentrado y que recibe su nombre por el viñedo del que proviene, la Vinya Més Alta, situado en la cima del Turó del Serral, con una alfombra de piedras a sus pies. Raventos i Blanc son palabras mayores. Representa una de las más largas tradiciones vitivinícolas documentadas del mundo. Su historia es asombrosa. Desde 1497, veintiuna generaciones de esta saga han trabajado en su terruño de 90 hectáreas en Sant Sadurní d’Anoia. La finca es hermosa, la recorrí hace años y todavía recuerdo el mimo y la belleza de un espacio que se corona por una bodega de una arquitectura extraordinaria, como la presentó Jesús Marino Pascual hace unos años en una fantástica conferencia. Sin embargo, la noche tuvo uno de esos momentos difíciles de olvidar cuando se planta un vino en tu vida y te mira a los ojos. Te interpela y resume en un sorbo aromático lo que es la profundidad, el bosque negro, la maduración redonda e infinitesimal, la fragancia recóndita. Manuel Raventós 2010 es como De Profundis de Óscar Wilde: ‘De cuando en cuando, es un placer el tener una mesa con las notas rojas de los vinos y las rosas’. Es el coupage personal y anual de Manuel Raventós, con una burbuja tan fina que parece que no está, aromas tostados, mantequilla y oro viejo, como los vestidos de Rafael el Gallo. Una locura que nos contaron que sólo se embotella en años excepcionales. Menos mal, me dije. Su enlace-maridaje-fusión fue con un corderito asado y deshuesado, muy suave y cremoso con los pimientos de Tormantos centrando su punto de terneza. Me fui admirando al río, sus ojos y los aromas de Raventos i Blanc.