CULTIVAR OTRA COCINA

A veces tengo la sensación de que la cocina vive en un estado de constante agitación mediática en el que resulta absolutamente necesario ‘inyectar’ en vena acontecimientos para estar siempre en la pretendida palestra de la fama y la popularidad. Entre todos hemos convertido a la figura del chef en un nuevo icono del ‘star system’ en el que importa bien poco lo que haga si su referencia mediática se encuentra a la altura de las expectativas que han depositado los medios, las redes sociales y las agencias de publicidad. Quizás la cocina sea otra cosa que va mucho más allá que el rutilante mundo de las escenificaciones globales de un mercado que como todos está condenado a devorando a sus propios hijos. Acaban de salir las estrellas Michelin, una vez más las expectativas generadas por los voceros de la propia guía y los distintos globos sonda estratégicamente colocados se han visto defraudadas por lo rutinario de su colofón final. Siguen existiendo locales magníficos olvidados sistemáticamente, estrellas enterradas en sí mismas que parecen imposible que crezcan a pesar de mantener un nivel más que asombroso desde hace más de veinte años e incorporaciones que atienden mucho más al ‘cocinero que todo lo convierte en oro’ que a la realidad de lo que significa crear de la nada un restaurante y ponerlo a funcionar con una perfección asombrosa. Yo siempre he creído en Michelin; pocas veces me ha defraudado uno de sus restaurantes recomendados aunque me haya decepcionado hondamente alguno de los más premiados cuando no se han cumplido las expectativas tan largamente soñadas. Sin embargo, hay un circo extraño y pueril alrededor de Michelin que ha llevado a que parezca que sea más importante el quién que el qué, las formas que el fondo, el envoltorio que la realidad. Hay un espacio para el éxito de un cocinero que no tiene nada que ver con la esfera Michelin (que es muy lícita) pero que conviene reservar, cultivar y explicar. La cocina no se puede cerrar en el culto al éxito y a una pretendida sofisticación en la que en muchas ocasiones hay muy poco debajo. El negocio de la guía es cada vez más apabullante, pero es como una niebla dorada que acaba difuminando la realidad del bosque. Todo son árboles, pero los hay sin apenas raíces y en esa fotografía de cada 20 de noviembre lo mismo da una cosa que la de más allá.