CONTRA EL PROGRESISMO
Sánchez coquetea con la extrema izquierda posrevolucionaria de Podemos, el artefacto fallido de Errejón y los costumbrismos regionales en su mayor parte antiespañoles, desde la carcunda peneuvista a la necesidad extrema de ERC y su socio Otegui, más chulesco que nunca. Así es el incierto panorama de lo que el núcleo intelectual del PSOE ha venido en llamar como el progresismo español (esto de español lo digo yo para ofender a los que se sientan ofendidos). Mi admirado (y libertario) pensador Agustín García Calvo decía que las derechas, por la fuerza de las cosas, se han hecho casi por todas partes dinámicas y francamente progresistas, tanto en sus formas fascistas como en las liberales y democráticas. Porque «ser progresista, esto es, colaborar al advenimiento del futuro, es no quedarse atrás en la marcha del tiempo». Escribía Agustín que la noción de progreso no sólo no es inocente y neutra, sino que es «una de las armas y trampas más temibles del poder frente a la reclamación del pueblo, esto es, de los miserables de la tierra». Y es que Agustín, en su acracia (ficticio nombre de su abuela) ponía en contradicción dos enormes especulaciones: la libertad y el progreso, entre las que no existe «amistad posible ni componenda». Para el desaparecido filósofo zamorano, el grito de libertad estaba contra la idea misma de futuro. A estas alturas de mi vida ya no comulgo con sus cosas. Savater escribió de Agustín que «fue fundamental en mi devenir intelectual y moral encontrarle, no menos que luego despegarme de él». Me sucede lo mismo, salvando las distancias, sin duda; pero me gusta leer sus reflexiones imposibles, volver a repensarme las cosas en las que creía cuando aspiraba a ser anarquista y tener una abuela que se llamara Acracia.