SOLILOQUIO DE CAMPAÑA
Mi admirado Josep Pla decía que el castellano es un idioma magnífico para cuando no se tiene razón. Me encanta leerle por cualquier página de sus Notas dispersas o en un increíble libraco titulado Diccionario de literatura, en el que va destripando con su magnífico acento estilos, escritores y libros. Sostiene Pla que la cultura no es anarquía, que es el orden y la inteligencia al alcance de todo tipo de gente. Por eso amaba a Stendhal, porque le interesaba lo que pasaba «sucesivamente» por delante de sus ojos, la manera de vivir, las costumbres. Y odiaba la perfección –ésa que inunda la literatura francesa– por el daño que ha hecho: «Muchas majaderías han pasado por sublimes por estar bien escritas». A veces, dice Pla, la perfección formal esconde un vacío absoluto. Una obra puede ser perfecta y no contener nada, ser una inanidad. Detrás de una palabra tiene que haber una cosa, un algo, una raíz que una la forma con el fondo. El mundo está lleno de cosas bellas vacías. Como jardines de palabras sin significados. El castellano es un idioma especial cuando no se tiene razón porque el álgebra de nuestra retórica es tan precisa y difusa a la vez que las palabras se llenan de contornos indescifrables si no se tiene claro el acento, la entonación, quién y cuándo habla. Los políticos han captado a la perfección las posibilidades de nuestro idioma. No dicen nada y sin embargo no paran de hablar como cotorras de pactos, responsabilidad y futuro. Han vaciado de tal forma el significado que el rumor de sus voces en esta campaña inacabable no hay quien la aguante. Propongo que hagan los mítines en inglés, para que todos tengan razón y nos nos duelan los oídos.