Una soleá de Enrique Morente tiene la virtud de transportarnos a la esencia del tiempo: allí donde no cabe más estrategia que cerrar los ojos y dejarse llevar por el grito ancestral, por el susurro o por la masticación pura del cante flamenco. Era Morente uno de esos genios que habitaron entre nosotros; ocho años lleva muerto el ‘ronquillo’ del Albayzín y no me acostumbro a su silencio, a no verlo anunciado en los conciertos, a recurrir a él en grabaciones o vídeos enlatados en la nube metafísica que nos rodea por doquier y que trata de vengar la muerte con recuerdos y evocaciones que ya no son mas que fantasmas. ¡Qué belleza!: «Si sufres, sufres callando y no publiques tus penas», cantaba el maestro al tran tran de Pepe Habichuela, que se recreaba a su lado, que se crecía y recrecía como un río desbocado que surcaba meandros de plata. Morente por soleá, casi en silencio lo dice todo, con dentelladas de respiraciones para siempre huérfanas, sin alivio para mis penas, Enrique; y aunque te dijeran mil veces los matones del alma asesino del flamenco, mil veces más volvería a seguirte para precipitarme en tus ecos. Morente: «El cante es decir las penas que se tienen escondidas». Y te rompías después; y nos daba por llorar escuchándote el demoledor quejío de aquella garganta tuya inmarcesible. Morente, el puro genio de la locura cuerda de la inspiración. Nicolás Guillén y su canción del Bongó, que tanto bien me hizo: «Quien por fuera no es de noche por dentro ya oscureció». Y Enrique allí, al lado de las palomas negras del East River de Nueva York, con Rafael Riqueni mirándole a los ojos con su guitarra prendida por alfileres invisibles cuando tocaba para él y no había palabra capaz de superar aquellos desatinos del asesino del cante. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja