Carolina e Iñaki han logrado un sueño. Hubo dos personas que me dijeron que eran muy buenos cocineros. El primero de ellos fue Ignacio Echapresto, que conoce a Iñaki a la perfección tras los tres años que pasó a su lado en los fogones de Venta Moncalvillo. Después me habló Juan Carlos Ferrando, que está a punto de abrir un restaurante en Logroño (que será antológico, ya lo verán) y que los tuvo a sus «órdenes» en su aromática cocina del Hotel Vibra: «Estos chicos son muy buenos y tienen mucha pasión, mucha formación a sus espaldas e increíbles dosis de humildad». Me dijo dónde iba a brotar Íkaro y me solía pasear desde fuera a ver cómo iban las obras del asunto. Me encantó la decoración, la difícil sencillez de las líneas de un local sin más pretensiones estéticas que ser acogedor y agradable. Pero eso es lo de menos, aunque todos los detalles son fundamentales para dotar de personalidad a un local. La primera vez que los vi trabajar juntos en Íkaro rebosaban de nervios, como dice Carolina: «aflorando», que es una expresión de su Cuenca ecuatoriana natal, tal y como ella misma me aclaró con su parsimoniosa dulzura. Su explosión en los días de la apertura fue descomunal y la primera vez que me senté a cenar, amablemente invitado por ellos, descubrí una cocina increíblemente técnica y depurada en la que afloraba tanto el conocimiento del oficio como una cierta y lógica indefinición de sensaciones. La siguiente experiencia fue con José Mari Aizega, director del Basque Culinary Center, que quería comprobar de primera mano cómo era la puesta en los parámetros de la realidad de los dos alumnos de la universidad gastronómica. Aizega y este ‘menda’ salieron emocionados del trabajo de ambos cocineros y la sensación es que mejoraban cada día en todo: servicio, platos, maridajes. Ha llegado la estrella. Les confieso que yo pensaba que, al menos, se iba a demorar un año más, sobre todo después de que en la pasada edición de la guía roja se concediera la primera de la ciudad para el fantástico Kiro de Felix Jiménez. Pero los inspectores no han querido esperar. Y lo entiendo. La magia y la originalidad en la cocina necesita ese reconocimiento vital para seguir trabajando. Ellos llevaban unas semanas inquietos por mor de la rumorología, de los avances periodísticos, de las llamadas de amigos. Fueron a Lisboa «aflorando», recibieron las chaquetillas y ala vez una responsabilidad enorme de convertir a su Íkaro en una referencia de la gastronomía de Logroño. Ojalá sigan por este camino tan bello y duro.