MEJOR UN CASOPLÓN QUE LA MONCLOA

Estamos perdidos. La razón de la sinrazón se ha apoderado de todo. Ayer levanté mi cabeza y bajo el estruendo sobrevoló mi calva una flotilla de cazas y bombarderos (supongo) a través del cielo gris de esta díscola primavera riojana. Me había tomado un café leyendo el asunto de la casa de Galapagar de Irene y Pablo. ¡Les cabe en el jardín una plaza de tientas!, pensé. Nada baladí al saber que la pareja ha decido trasladar su morada al pueblo de osé Tomás y Victorino que aunque no lo habiten siguen y seguirán siendo los más memorables vecinos del bravío municipio madrileño. Sorbí el café y mascullé: ¡mejor que vivan en Galapagar que el la Moncloa! No José Tomás ni Victorino. No. Irene y Pablo, especialmente este último, que no esconde ni en la televisión su deseo de decorar el palacio presidencial con muebles de Ikea. A Pablo Iglesias se lo ha engullido ya el reverso de la fuerza y como sabe que lo tiene del color de las hormigas para llegar a pisar la alfombra monclovita, le sucede aquello que dijo Chesterton de que «cuando se deja de creer en Dios enseguida se cree en cualquier cosa». Y Pablo ya anda vagando por los márgenes de la revolución: de asaltar los cielos a encaramarse a una villa de lujo en Galapagar; de Vallecas a la sierra norte para sor-presa de Monedero, el gran justificador en tuiter de la escora burguesa de los sumos pontífices de Podemos. Del 15-M al simulador de hipotecas. Y de aquella espesura de humos de interminables asambleas de facultad al saludable aire fresco de la montaña madrileña. No es difícil imaginar la cara que se les habrá quedado a muchos de sus fieles porque es exactamente la que tienen hace años miles de militantes del PP con las andanzas de Mariano y Soraya, y eso que llevan siglos compartiendo el mismo palacio. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja