HOSTIAS COMO PANES
No puede ser verdad, me dije al leer la noticia. Pero lo era. Un grupo de panaderos se ha movilizado contra el refrán ‘pan con pan, comida de tontos’ y llevaron a la Real Academia 4.200 firmas para que la magna institución eliminara la conocida frase de sus publicaciones. La idea era «más estratégica que efectiva», reconocían sus impulsores; incluso publicitaria, puesto que lo que buscaban era «la dignificación del oficio de panadero artesanal». A mí me encanta el pan, me como el artesanal, la barra andaluza de El Viso del Alcor; la marraqueta boliviana, la broa de Avintes, que elaboran con mijo y centeno en el norte de Portugal; un Manolete gaditano, los molletes sevillanos, la hogaza gallega, un mendrugo zato, el regañado turolense, la pistola de Madrid, el sobao de La Rioja, el hueco con esas lascas tan afiladas que arañan cuando lo metes en la panera, y hasta el pan de Payés, ese mismo que ahora no se puede comer Puigdemont en Waterloo ni se estila por Estremera; también me vuelve loco el pan cateto extremeño, con su harina recia y su miga sin apenas alveolos. Una vez leí que en España nos habitaban más de 325 variedades de pan; desde una barra estrecha, puntiaguda y fálica que le llaman Señorito (con miga muy esponjosa, por cierto), hasta el manchego pan de Cruz, una hogacilla compacta, de corteza lisa y miga apretada, elaborada a conciencia para untar huevos o comerse un tiznao de Almagro, que es un bacalao desalao con verduras de la huerta, puro Quijote gastronómico, con su aroma a pisto y su recuerdo a moje. Me gustan todos los panes, hasta el ácimo que se te pega al cielo del paladar cuando tiene forma de ostia y que no es la misma cosa aunque suene igual que lo se merecen algunos por ser tan torpes. o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja