Como la realidad se empeña en ser tozuda y dispersa yo prefiero asentarme en las veleidades de los sueños, en los espacios siderales donde habitan las tentaciones y las emociones confortables. El tiempo es como esas sombras últimas de las tardes soleadas del invierno, estiradas, con ansias de infinito, pero decadentes en extremo y condenadas a una muerte irreversible y cercana. Es bastante discutible que se entienda lo que escribo porque sueño que soy lo que nunca seré y me imagino sin ser lo que en realidad soy, aunque ni yo mismo sea capaz de encontrar una miserable razón para explicar en lo que me he convertido. Es una mezcla de ansia y arrebato, una porción del desencanto cotidiano y una brizna de desesperación, un paseo por mis precipicios irrefrenables, unos días sórdidos y los menos luminosos. Prefiero escribir sobre la arena de mis miedos que pensar en los océanos por los que nunca voy a navegar. Entre reír y llorar me quedo con las dos cosas; entre nosotros me quedo contigo, entre el sol y la luna prefiero la niebla que difumina todas mis palabras hasta convertirlas en recuerdos, en rescoldos humeantes de lo que me gustaría ser. No es una cuestión de decidir porque eso solo está alcance de los que manejan ilusiones contrastadas, no palabras que son desatinos encadenados para intuir lo que subyace en el interior de un tipo maduro que se debilita más y más con cada renglón que deshabita su cerebro. No escribo yo, están escribiendo de mí mismo, como si fueran dedos invisibles los que se deslizan por los teclados que usurpan mi conciencia, la necedad de uno mismo en su expresión más débil y necesaria. No soy yo pero tampoco lo pretendo. Me conformo con nada. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja