YO, PERIODISTA

Hay toda suerte de periodistas: honestos, rectos y brillantes, como es mi caso; y también mindundis que toman papel y boli para explicar sus sórdidos intereses con una mediocridad asombrosa (estos últimos son el resto). Ni saben escribir ni nadie espera que lo hagan. Simplemente toman la realidad y la descuartizan como si fueran carniceros. Por aquí colocan una paletilla a guisa de adjetivo y a los riñones de la bestia los describen en subjuntivo. Y entre el sujeto y el verbo instalan una coma cejijunta como un antiguo policía municipal de tráfico se colocaba en la intersección de dos avenidas con el pito en la boca y la cachiporra en el cinto. Sería falsa modestia por mi parte no explicarles que yo cada vez que escribo sobre cualquier asunto lo hago con un conocimiento enciclopédico de lo que voy a tratar. Estudio el origen y sus múltiples derivadas, las coordenadas que puede seguir la noticia y me pongo en la piel de los personajes a los que entrevisto. Mi desusada ética sobrepasa cualquier vanidad para afrontar cada información con grandeza. En cambio, mis compañeros no; ellos sobrevuelan los temas esperando a que llegue la hora de almorzar para hablar de fútbol. Y por si fuera poco, en sus torvos horizontes habita una necedad insospechada. Les duele mi humildad tanto como les destroza no comprender que un tipo grande como es mi caso hace importante cualquier noticia que toca y firma. Es decir, que cuando se llega a mi nivel, la relevancia de la información y su jerarquía en el interés ciudadano es cuestión de mi incumbencia; del derecho a decidir las cosas que importan e incluso las que son. Por eso les duele a tantos que sea yo el que marque tendencia; el que rivalice incluso con el destino para decidir hacia dónde sopla el viento. (Nunca se fíen del resto). # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja