Los errores que comete Pablo Iglesias no tienen parangón. Despreció aquella mayoría de izquierdas en las generales en las que con el PSOE podía haber formado gobierno y desterrar al PP del poder. Humilló a Sánchez, le dictó los ministros de su gabinete y unos meses después se pegó su primer gran botefón electoral con Mariano instalado en la Moncloa. Esperaba hundir al PSOE y de su naufragio emerger él con su barba y coleta como la Primavera de Boticelli. Iglesias con su manto rojo y celestial: la genuina Venus de la nueva política, el único capaz de interpretar el signo de los tiempos. Pero no. Ha manejado (y maneja) a su partido como si fuera la Dirección Central para la Lucha contra Personas Sospechosas de la Stasi, enviando a las tinieblas exteriores a todo aquel que no reverencie su magnitud como líder, tal y como le sucedió a Errejón, instalado ahora en el gallinero del Congreso. Su penúltima torpeza ha llegado en Barcelona, gritando vivas a una Cataluña libre y soberana o proclamando en twitter que Felipe VI está «más cerca del PP que de la ciudadanía catalana». Navega siempre en el filo que marcan sus intereses y su futuro y se está convirtiendo en la principal rémora para cualquier cambio político en España. Insulta a Rivera, utiliza la táctica del miedo y habla de un posible Estado de Excepción en España como consecuencia de la crisis catalana, que asegura que sólo es culpa de Rajoy. Mariano puede vivir tranquilo con Iglesias en la izquierda del PSOE. Nadie en su sano juicio (a excepción de ERC, Bildu, CUP y cosas similares) va a poder pactar con él. Su torpeza ha salvado a España del caos. Por mí que siga en el machito cien años más. O mil. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja