NO TUVO ELECCIÓN

El absurdo tiene infinidad de matices dado el carácter mojigato del tiempo que nos ha tocado transitar. Cuando éramos más jóvenes ni viendo la serie Sensación de vivir podía imaginar hasta dónde iba a llegar el sesgo mohín de nuestras andanzas; hasta dónde la tontería, hasta cuánto el derroche de mediocridad. Tan estúpido es este tiempo maniatado que comprendo totalmente la decisión irrevocable que ha tomado ‘Knightscope-K5’, un robot de seguridad que se ha suicidado zambulléndose en el ridículo e inevitable estanque decorativo del centro comercial Washington Harbour, donde prestaba servicio con sus 123 cámaras, el gps termodinámico y el nervio ciático integrado en su carcasa de aluminio sintético. Leyendo la crónica del suicidio de nuestro hermano metálico se pueden comprender perfectamente los motivos de su fatal decisión: le habían inculcado en su robótica materia gris que estaba concebido como una presencia «dominante pero amigable», y que además de vigilar los recovecos de las tiendas, pasillos y anaqueles del supermercado, también lo habían diseñado para ofrecer tranquilidad a los humanos que lo viesen. Se imaginan meterse dentro del polisón de su armadura y comenzar a irradiar tranquilidad a los sujetos y sujetas que lo contemplan; personajes como yo que viven en un continuo temblor de piernas y algunos, no exactamente como yo, pero que infunden a su alrededor lo que viene en llamarse como vibraciones desconcertantes. ‘Knightscope-K5’ comenzó a sentirse irremediablemente solo, exhausto, perdido por los pasillos entre cientos o miles de personas o niños a los que tenía que ofrecer sensación de tranquilidad desde la apertura hasta el cierre. DEP ‘Knightscope-K5’. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja