FÚTBOL

La sociedad sobrevuela ciertas cuestiones con una mezcla de resignación e indiferencia: la pasta de los futbolistas es una de ellas y se asume con la misma naturalidad que los insultos en un estadio. Es fútbol, dicen, como si todo estuviera envuelto en una verdad revelada a modo de evangelio narcotizante. ¿Alguien se acuerda del presupuesto inicial del casi siempre medio vacío estadio municipal de Las Gaunas? Fue tal el desastre y el desfase económico entre lo planteado y el costo real de la ‘cosa’ que hasta el estudio arquitectónico Lamela ha abominado del campo y no aparece ni rastro del flamante estadio riojano en su ‘portfolio’ de trabajos. No importa la ruina, es fútbol vuelven a decir con aquel Ayuntamiento lavándose las manos y el Logroñés verdadero sepultado bajo montañas de deudas en el juzgado. Messi no sabe lo que firma; Ronaldo lo sabe muy bien y a Neymar le sueltan 77 ‘pavos’ por cada rúbrica que estampa en un ‘panini’. Son tan inmensamente ricos que defraudan con toda suerte de artificios e ingenierías contables. Cuando les pillan de verdad como le pasó a Lionel, va una recua de exaltados a aplaudirle al juzgado y sale su presidente a deslizar que se trata de una campaña del rival para intoxicar al ídolo y su prestigio. Es fútbol, el mismo que caza niños a soga de representantes en los cuellos ávidos de pasta de sus padres; el mismo que permite en esas mañanas de deporte educativo –que tanto he padecido– la falta de educación de progenitores aventados y furiosos ante decisiones arbitrales en partidos de muchachos de once años. Todo vale, desde goleadas absurdas que minan la moral de los más negados al vocerío de la grada familiar contra el trencilla de turno. Cuando era chaval había un tipo que se acompasaba al devenir del juez de línea en la banda de general de Las Gaunas para llenar de escupitajos sus espaldas. Poco ha cambiado el asunto. No importa, era fútbol. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja