He llevado una semana mala, se lo juro. Menos mal que ayer Mariano no me llamó. Me temía lo peor, ya me veía yo de ministro atribulado en el paisaje de una legislatura tan arbórea como la que viene y estrenando despacho y cartera con un horizonte más o menos corto y sin poder dar rienda suelta a mis extravagantes ideas sobre el futuro trazado del AVE o en el diseño del nuevo plan de Piscifactorías. He estado todos estos días temiendo al móvil, al número largo y raro que sin duda tiene la Moncloa. Lo apagaba a eso de las diez de la noche y hasta las nueve de la mañana no he sido capaz de arrancar y meter el código secreto. Qué tiempos más duros tuvieron que ser los del motorista que se plantaba en la puerta de tu casa con el telegrama anunciándote.... Como si el guardia fuera una especie de Arcángel San Gabriel con la buena nueva del edicto presidencial susurrándote al oído ¡vente para Madrid! Pero no, vuelvo a ser ministrable, que es una de esas condiciones raras que cumplimos millones de españoles sin saberlo o no. Y yo que lo sé –se lo juro– he sentido un alivio eterno y desdramatizado, como el de tantos me imagino, aunque unos pocos no hayan dormido por si no les llamaban. ¿Puede haber algo peor que ser ex-ministrable? «Nos tienen rodeados», cuentan que le espetó Franco a un prohombre del régimen cuando le preguntó al generalísimo las razones por las que le había sacado del consejo de Ministros. Yo ya me temía lo peor cuando en las quinielas no contaban conmigo, porque Mariano, que es muy gallego, goza en su despacho poniendo equis y crucecitas a los pronósticos de los periódicos. Eso sí, yo me conformo con una embajada. Pero me temo que va a ser que tampoco porque nos tienen rodeados, huérfanos y hasta un poco hartos, me atrevería a decir. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja