PELO MALO

Hay muchas cosas que desconozco de Donald Trump pero lo que me fascina es su peinado, esa especie de onda hertziana con alma de voluta que le crece a media altura de la frente. Su color es raro e indefinido, quiere ser rubio, pero apunta tonos entre manzanas asadas y cobrizos, aunque este extremo varía en consonancia de la luz ambiente, de los focos y la durabilidad de la mezcla de tintes que incorpora a su arsenal de cuidados capilares. Donald Trump tiene un pelo imposible de definir, un pelo sustentado en el equilibrio mayestático de las lacas, los champúes y las manos que se lo trabajan cada mañana, después de la siesta e inmediatamente antes de meterse a la cama, ya que para mantener esa obra de ingeniería pilosa hay que dormir con gorrito sí o sí, dormir mirando al techo y no dejarse caer de lado a no ser que disponga de un juego de almohadas que le protejan –vaya usted a saber cómo– del más mínimo aplastamiento a su castigado cuero cabelludo. Un tipo con un peinado así no puede perder mucho tiempo en otra cosa que no cuidar su puro narcisismo. Se propuso ser presidente de los Estados Unidos de América y ha ganado las elecciones superando a los Demócratas y destrozando a su partido, desmintiendo a las encuestas y pasando por encima de Hollywood, The New York Times, ABC, NBC, la CNN, Madona y Bruce Springsteen que han visto palidecer su apuesta contra el magnate de la misma forma que se ha esfumado su poder de influencia en buena parte de la sociedad norteamericana. Trump y sus opositores han utilizado el mismo argumento: el del miedo. Los grandes medios al primitivo Trump y Trump al pánico primario al extranjero. Miedo al pelo malo suyo tengo yo, pero no un medio estético sino un miedo al miedo que provoca un tipo que para peinarse necesita un ingeniero. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.