SORAYA Y LOS SORAYOS

Cada vez resulta más desagradable asomarse a este diálogo de sordos en el que se han convertido los debates parlamentarios para la ‘no-investidura’ de Pedro Sánchez en marzo y de Mariano Rajoy en este cálido y lento final del verano. Como diría Jon Juaristi, nos hemos instalado en una especie de bucle melancólico en una cámara de bajas resonancias que es en realidad en lo que se ha convertido el Congreso de los Diputados, un espacio tan lleno como vacío, totalmente repleto de señorías y singularmente hueco de entidad. Se sabe lo que va a pasar siempre porque el diálogo es tan efímero como falso: las palabras serpentean monocordes, trepan por los escaños hasta llegar a las Trompas de Eustaquio de los representantes del pueblo para chocar con la orden del partido, que es el punto de partida de este caos de la ingobernabilidad. Es puro teatro, como la vida misma. Cada uno en su papel, cada cual en su castillo, todos protegiendo la viña de su latisueldo, del chollo del parlamentario aplaudidor/chiflador según le manden desde la jefatura del grupo. Todos y cada uno dicen lo mismo, repiten sardónicos el mensaje en melancólico bucle de supervivencia. Nada nuevo bajo el sol, nueva legislatura que se les va de las manos entre improperios y bloqueos; a la espera de un derrape inesperado de Pedro y César Luena, que es la verdadera ‘mente gris’ socialista de este descalabro electoral. Como dijo Carmona, «hemos pasado de los peores resultados de la historia, a los peores resultados de la historia». Toda una hazaña replicada por un PP donde se multiplican los ‘sorayos’, muchachos y muchachas de obediencia debida a Mariano y a sus dos manos derechas, la de Soraya y la de Soraya, que aunque parece una son dos y esperan que a Rajoy le hagan irse para, entonces, proclamarse una y trino, señora suma del PP. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja