LA IZQUIERDA ULTRAMONTANA

Cada día me siento más perseguido por la izquierda ultramontana, neo-comunista y retrógrada que nos ha tocado vivir. Cuando tenía dieciocho años me apunté a aquella incipiente Izquierda Unida porque creía que los valores que abrumaban mi conciencia juvenil de libertad e igualdad no podían estar mejor representados que en las siglas de lo que consideraba como herederos de las idealizadas Brigadas Internaciones, el Che, Rosa Luxemburgo y la Teología de la Liberación. En mi cabeza quería que convivieran Bakunin y Troski, Durruti y Andreu Nin, Ernesto Cardenal, Silvio Rodríguez y los miles de exiliados republicanos que acabaron en campos nazis como Mauthausen, marcados con el osceno triángulo azul de los apátridas, con una S (de spanier o español) en el centro. Aquella izquierda ideal quizás nunca existió, o quizás sí (prefiero pensar lo segundo), pero de lo que estoy absolutamente convencido es que la de ahora es pura y peligrosa filfa, con un PSOE patidifuso y sin un mensaje diferencial al del PP, ambos dramáticamente convertidos en plataformas de poder y de trampolín social y laboral para una gran parte de sus cuadros. Aquella izquierda del otro lado se ha convertido en una especie de conglomerado rendido al nacionalismo más intransigente (las CUP, las Mareas o Bildu) para diluir su mensaje en una insípida retórica plagada de convencionalismos y tópicos. Todo vale. Hay una estrategia de adueñarse de cualquier movimiento para depurarlo primero y ponerlo después a los pies de su conglomerado de medios e intereses. Al mismo tiempo se vacían de memoria porque caminan por la cuerda floja del tópico y la única respuesta a artículos como éste es que el que lo escribe es un facha, y encima taurino. Es decir, lo peor de lo peor. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja