
Francamente, a estas alturas del verano, con el sopor y el bochorno a cuestas y a las espaldas, no sé si me da más miedo la confusión del verbo haber con el ver o unas terceras elecciones. «Haber, qe e echo yo para merecer esto!». Así llegó a mi dispositivo el aserto, este sindiós ortográfico, esta turbamulta de palabras desvestidas, desaliñadas, vacías de la dignidad que les otorga la lengua y que las vacía el habla de la nueva escritura digital fingida en una especie de inframundo en el que da lo mismo arre que so. Es como freír una tortilla sin huevo, batir la cáscara, pelar una naranja con una cuchara, explicarme a mí lo que es un alineamiento morfosintáctico o inflar la rueda de un coche con un paraguas en una mano y en la otra tratando de escribir a máquina con la voz ronca.
Los tuits definen la infamia, los mensajes cortos la desnudan y los políticos saltan, que puede parecer que es lo mismo que brincar, pero no. Rajoy salta obstáculos, Pedro los brinca, que suena igual, aunque le dé lo mismo a Levy, que le pasa como a este incauto (o sea, yo), que me siento incapaz de distinguir el pádel del golf aunque su amiga y compatriota se lance como una pértiga hasta la medalla de oro en salto de altura. En el fondo era el oro, en el fondo es la forma. La forma define la huella, la no forma la deforma. Por eso ya no temo a unas terceras elecciones, porque a lo mejor «se an hido todos», porque la Navidad tomaría otro color, otra sustancia, con los niños de San Ildefonso electorales confundiendo a César Luena con Ana Pastor y nuestros candidatos locales haciendo guiños y debates por los pueblos y aldeas con un nuevo aguinaldo en el bolsillo. Y el país hirsuto (que no irsuto), más tieso que una mona gozando en el lodo electoral ‘haber’ quién gana porque todos sabemos que irse, lo que se dice irse, ni locos. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja