España se ha convertido en el país de los nadies. Nadie nos gobierna, la presunta oposición al fantasmagórico ejecutivo inexistente la lidera nadie; nadie les cree, nadie les aconseja, nadie les escucha. Hay jueces que quieren dejar a un niño en nadie. En la España de los que no existen te puedes llamar Telesforo pero no Lobo; te puedes apellidar Lobo, como Juan Lobo, pero no empadronarte como Lobo en la tierra de Mohamed o de Dioscórides; te puedes llamar Stalin Pérez. Puedes ser Gonzalo Gonzalo, incluso León León, pero no Lobo Lobo, como ‘homo sapiens sapiens’, que es el apellido de fondo de todos nosotros, incluso del presidente ausente y de los opositores que dudan entre seguir siendo los otros en legislaturas huérfanas o convertirse en estatuas de sal entre montones de diputados y senadores anónimos y congelados. Ese hemisferio largo de ‘culiparlantes’ de los que sólo sabemos cuando profieren cambalaches con sus votos para precipitarse en la bancada del grupo de los vascos, tal y como se ha desplomado de su escaño la riojana señoría de Calahorra para aposentarse en Usúrbil. Es decir, la votamos aquí para hacer bulto allí. No sé si sabe el juez censor de nombres que Lobo López es un superhéroe de barrio de Kiko Veneno que sufría de amor y que tragaba saliva cuando su amor se le iba. Lobo López (lobo hijo de lobo), qué gran tipo, y qué buen inquilino de la Moncloa podría ser si hubiera terceros comicios. Yo le votaba mucho antes que a los nadies que ocupan la cúspide en el país de lo negado, donde no te puedes llamar Lobo pero sí apellidarte Bárcenas, donde los nombres absurdos campan a sus anchas mientras se añora lo imposible. Como decía Agustín García Calvo: sólo de lo negado canta el hombre, sólo de la añoranza, siempre de lo mismo. Salir quiere y no puede, su jaula es él mismo. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja