¡VIVA EL CALIMOCHO LIBRE!

Como no tengo costumbre de pensar, escribo. De hecho, escribir (en el mejor de los casos redactar) me sirve para ordenar las cuatro ideas (preconcebidas) que tengo sobre las cuatro cosas que me interesan y extraer mis propias (y peregrinas) conclusiones. Por ejemplo, no me gusta el calimocho pero sí el gin-tonic. Y cuando me tomo un -de ciento y viento, no se crean- me gusta que tenga una ginebra rica y buena y su tónica de categoría, que le pongan dos o tres pececillos de hielo y que acaricien la copa con su limón fresco y amarillo chillón. Y ahora me cuestiono con esta polémica de la ruta calimochera de la Fer por qué diablos a las personas que les gusta el calimocho tenemos que condenarlas a una cola estandarizada y a un vino regularcillo, a una especie de vaso de plástico y a un cutre bar para que el pegajoso líquido resultante al caer al suelo se pegue como un chicle al rodamiento de nuestro calzado. Una vez estuve con un bodeguero sublime que elabora un vino que enamora el alma y de la mano de un inmenso chef se marcaron al alimón cuatro calimochos con un vinazo de guarda, de óptima maduración, de esos que contienen el invierno, la primavera y el verano en su lágrima algo menos que transparente. Le echaron el hielo (unos cuantos) y después la Coca-cola. Olieron, movieron la copa y se la bebieron. Se quedaron tan panchos. Yo allí, abrazado a mi gin-tonic como si fuera un bebé haciéndome trascendentales preguntas ante lo que acababa de ver con ojos de canguro. ¿Era lícito manchar un vino como aquél? El bodeguero y el chef no se preguntaban nada, bebían el calimocho de vino top, sonreían y volvían a beber con los pececillos de hielo convertidos en recuerdos. Yo seguiré bebiendo gin-tonics y me parece de lujo que se hagan los mejores calimochos del mundo con vinos de finca o de pago. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja