LAS COSAS INÚTILES

No creo que exista nada más hermoso que las cosas inútiles. En este tiempo de utilitarismos radicales, de horror hacia todo lo que aparentemente no sirve, no encuentro mayor placer que reservar mi espacio más íntimo para navegar con mi espíritu por los océanos de lo fútil. Me interesa lo vano e intrascendente en apariencia, inane para los que miden el tiempo empeñados en la imposibilidad de robarle segundos a las horas, gotas a las olas del mar, hojas que arrancan de los libros mientras creen que las leen. Nuccio Ordine, en su delicioso opúsculo titulado ‘La utilidad de lo inútil’, pone un ejemplo maravilloso descubierto por el poeta japonés Okakura Kakuzō, que en ‘El libro del té’ (1906) aventura que la poesía amorosa tuvo su origen en el momento en el que nació la fascinación por las flores: un hombre detenido entre cosecha y cosecha obnubilado ante el Lirio japonés, una rara flor que sólo abre sus pétalos para recibir los rayos solares unas horas durante la mañana y el resto del día permanece cerrada como el corazón de las tinieblas. El hombre, al ofrecer a la dama la primera orquídea o ese lirio esquivo, deja de ser un tipo básico basado en acciones útiles como cazar y comer y se eleva sobre su propio instinto, se encuentra con la voluptuosa necesidad de lo bello, la sutil utilidad de lo inútil, el imperio del arte, el amor por la naturaleza convertida en el símbolo más profundo de su sentimiento. ¿Hay algo más superfluo que un poema pero que a la vez sea capaz de moldear mejor la arcilla de nuestros sueños? Por eso tengo mi cerebro repleto de conocimientos inútiles, de ideas que colecciono en anaqueles invisibles y en apariencia inservibles. Y no paro de pensar que la inutilidad es la esencia de mi vida y que los hombres modernos, como escribe Ordine, ya no tienen tiempo para detenerse en las cosas inútiles y están condenados a ser máquinas sin alma. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja