CONFUCIO NACIÓ AQUÍ
Existe algo radicalmente hermoso en Madrid Fusión; una amalgama de olores, voces, colores y sonidos que se entremezclan y trepan como una enredadera desde el magnífico auditorio a la sala de prensa en la que se citan periodistas venidos de los lugares más lejanos del planeta y otros como yo, con el pelo de la dehesa resplandeciente en la calva. El espacio donde los plumillas apoerramos el ordenador sin descanso (unos más que otros) está sutilmente decorado con una bandera azul de las Naciones Unidas: unos escriben en inglés y hablan en tailandés, otros en chino mandarín y es impresionante la sonora musicalidad de los distintos españoles que flotan en el ambiente: el mexicano de sonora, el peruano cadencioso y el argentino tan profusamente embelesado por sus adjetivos. Los de Buenos Aires hablan como si supieran que en el fondo todos les estuviéramos escuchando, acentuando las consonantes y arrastrando los morfemas para que cada frase resulte algo así como Rayuela de Julio Cortázar; es decir, que la empieces por donde la empieces no te acabarás enterando de nada. Tailandia era el país invitado y fue un cocinero de Sidney, David Thompson, el que ofreció la primera ponencia sobre la culinaria Thai: «La encontré y me fascinó su raro equilibrio entre lo picante y lo ácido». Su curry es capaz de encajar la leche de coco con una berenjena, azúcar, salsa de pescado, galangal, hojas de lima kaffir y hojas de albahaca. Y de esa amalgama imposible surge el equilibrio. Lo que me pone sobre la pista de que en España, país volcado unánimemente en autodestruirse, todavía no está todo perdido. En Madrid Fusión es capaz de convivir una monja de clausura de Belorado con Manuela Carmena; un chorizo de Cuenca con un calamar gallego o un vino de Rioja con uno de Artadi. Nadie los distingue, a pesar de López de la Calle. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja