FORTITUDE
A veces creo que vivimos en Fortitude, en un formidable mundo construido a base de realidades paralelas y apariencias a través de las cuales las mentiras van deslizándose entre nuestras neuronas para encontrar ese falso acomodo que tiene que ver tanto con la insatisfacción como con nuestra pereza. Celofán, maniquíes, globos, plásticos y tubos de madera utilizaron a mansalva los estrategas aliados en la operación Fortitude para confundir a los generales nazis y ocultarles de todas las maneras posibles que la invasión no iba a ser en las playas de Normandía. Se inventaron divisiones con miles de tanques hinchables, aviones, tropas inexistentes, generales de pacotilla, soldados invisibles, cañones de cartón piedra... Todas las mentiras eran lícitas para confundir al enemigo. Ahora, en plena campaña de rapiña, la operación Fortitude se vuelve a multiplicar hasta límites infinitos de acostumbradas mentiras, de retóricas huecas de los candidatos de esa voluntad que indefectiblemente desemboca en el desconsuelo primero y en la hartura después. Los analistas analizan las oraciones sin verbo; los adjetivos hueros, las subordinadas encurtidas, su caer de ojos, la manera en que se insultan en este todo vale de mentiras y poses, de retruécanos y encuestas. Los candidatos muestran sin pudor a sus señoras con las puntas del cabello calcinadas, beben vino en La Laurel, estrujan el moflete de un niño y se suben a una parada de autobús y lanzan una proclama tan vacía los unos como los otros. Los fotógrafos se arremolinan y disparan. Los candidatos de este Fortitude mediático mueren porque les disparen y rebote en su nariz la congelada luz de los flashes. Iluminados en un instante, sólo en ese preciso momento en el que les achicharran la cara con el foco para que se les vea y no los distingamos, como en Fortitude. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja