UN TAXI EN LA AVENIDA ARTUR MAS
Hace tiempo que barrunto en mi entraña unionista que Mas ha perdido la chaveta, que se ha creído para sí mismo una especie de enviado por la divina providencia para rescatar a la dulce Cataluña de las garras carpetovetónicas de esta España marchita y malhadada gobernada por tipos patibularios. Mas es el paladín, el justo entre los justos, el enviado por Pujol y su esposa Marta Ferrusola, no para hacerse rico (que también) sino para abanderar el país ‘petit’ y llevarlo al paraíso de la emancipación. Por la noche soñará con avenidas con su nombre, con un instituto de estudios por la Independencia fundado en su memoria, con un estadio de fútbol y hasta con premios literarios o concursos de habaneras. Sin embargo, Mas, en su modestia, prefiere imaginarse en boca del Radio Taxi: «Necesito un coche en la calle Mas, esquina con Carod Rovira». Sólo de pensarlo tiembla, mientras atisba enciclopedias catalanas con al menos dos páginas dedicadas a su obra: «Cuando nadie creía él desafió al presente por nuestro futuro», comenzaba un artículo escrito por el Conde de Godó (grande de España) a su memoria. «Cuando estábamos perdidos nos enseñó que no había que pagar el precio de la españolidad para ser europeos». Y Mas llora, se sienta en su despacho de la Generalitat y llama a Junqueras: «No somos conscientes de nuestra grandeza», le dice al oído. «Ya verás como de nuestra valentía se escribirán novelas». Mas comenta con su esposa qué corbata tiene que ponerse: «No me gusta la vanidad», farfulla mientras le pidió ayer a su jefa de Gabinete que convocara a todos los canales nacionales (catalanes) para hacer una declaración conjunta en nombre de toda Cataluña: «Si el sí no gana, Rajoy será el primero en decir que son unas elecciones plebiscitarias. Por lo tanto, esto sería trampa». # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja