NO ME VOTEN
En estos días de campaña las horas pasan como muertas, inacabables cantos a un futuro que fue el mismo que ayer pero al que se aferran los políticos condenados a la fe que les ofrecen las encuestas y las prospecciones de cada cual: ¿Seré diputado o diputada? ¿Llegaré a la alcaldía? Pero lo que más me priva es hacer ejercicios combinatorios, poner en la boca de Sanz lo que parece que dice Andreu: quiero, creo, puedo. A Concha lo que se supone que argumenta Pedro: puedo, creo, quiero. Verbos que otean el horizonte del hemiciclo como lo hacen las gárgolas de las catedrales. Impenetrables, con un sentido obtuso de la inexistencia, expuestas como estaba Landelino Lavilla en aquel Congreso de la Transición, tan añorado ahora que parece que nunca existió, que fuera un sueño de diputados embozados en el humo del tabaco, aquellos solapones de las americanas y los dedos amarillentos del Ducados. Los de ahora hablan sin decir apenas nada, regurgitan las promesas (la de Garzón -hermano de Garzón- de un millón de empleos no tiene precio, ¡oiga!) y las ponen por escrito en ‘tuiter’ o en el aire grave de los mítines, de las comparecencias, de los encuentros con los interlocutores sociales de toda índole y condición, y con las minorías (qué sería de un político en campaña sin su minoría ‘ad hoc’ aferrada a la caravana). A las nuevas promesas la cosa del mitineo diario se les está haciendo demasiado larga y apenas se distinguen ya del quiero, creo y puedo de Concha o del creo, puedo y quiero de Pedro. ¿O era al revés? Me lío con tanto vocabulario y esta ola de calor que hace que las noches sean cada vez más pegajosas. Pero a ellos no les importa porque duermen en caravanas y en tiendas de campaña pensando nuevos verbos para diferenciar el tonillo de Concha del de Pedro y no pensar que lo que dicen suele ser lo contrario de lo que piensan. ¿O es al revés? # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja