LOS NUEVOS JUDÍOS Y NOSOTROS
El espanto de la muerte llega a nuestros telediarios en forma de patera, en una verja gigante de Melilla o en una sórdida barcaza pesquera que naufraga en el Canal de Sicilia. Lo vemos y nos llevamos las manos a la cabeza como si nos importara algo, ensayando posturas de desconsuelo, frases mezquinamente hechas, harturas insoportables, falsos dolores inopinadamente fingidos. Luego, al segundo más o menos, miramos hacia otro lado y ya estamos con el derbi a vueltas, con la hipoteca o con qué diablos me voy a poner mañana si estoy cada día más gordo. Los ilusos piensan que se pueden cambiar las cosas, que hay espacio para lo humanitario en esta sociedad humanizadamente desprovista de cualquier atisbo de alma, de compasión, de nobleza. Vivimos en la mismísima desmemoria de Auswitchz a sabiendas de que en este genocidio de las pateras, las personas más pobres –los para siempre indocumentados– mueren aniquilados mientras nosotros, los civilizados, miramos drásticamente hacia otro lado exactamente de la misma manera que hicieron muchos alemanes (considerados por la Historia como inocentes) con los campos de exterminio, a pesar de que los tuvieran frente a sus narices y cada mañana tuvieran que limpiar las cenizas de los hornos crematorios de sus patios de vecinos, de los pupitres de sus escuelas. No somos mejores que aquellos buenos alemanes inocentes, ni mucho menos, a pesar de que leamos ese tipo de noticias con el gesto circunspecto pero atisbando el calor de nuestra propia cama y la seguridad que nos da ese repetido acumular de nóminas y pagas extraordinarias. Nos da lo mismo, como pueblo, como entidad moral, como estado supranacional o como bandera. La muerte de las pateras ni nos roza. Los judíos de ahora son de Bangladesh, Sierra Leona, Senegal, Malí y Eritrea. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.