EL HOMBRE JUSTO SEGÚN GARZÓN

Cuando dejé de ser de marxista –he de confesar que fue un proceso largo, doloroso y lleno de profundas adversidades– me sentí liberado de una especie de atavismo que nunca he sido capaz de describir con la exactitud quirúrgica con la que lo hizo Alberto Garzón el pasado domingo en el programa de Ana Pastor: «Para mí una persona que es un delincuente no puede ser de izquierdas». Asombroso argumento, pensé. Sin embargo, hurgando en él comencé a hilarlo con esa legendaria y pretendida superioridad moral de cierta izquierda en España como eterna salvaguarda de toda suerte de valores cívicos y, por ende, el complejo igualmente atávico de la derecha consigo misma y sus circunstancias. Decir que uno es de derechas, liberal o conservador –como es mi caso, sin ir más lejos–, no sólo no vende sino que te puede llegar a marcar socialmente, puesto que desde la Transición se desliza hacia la derecha un tufillo franquista para deslegitimarla. En cambio, alardear ser de izquierdas –ese espacio pretendidamente garzonesco en el que sólo habitan mujeres y hombres justos– reporta un barniz de prestigio indudable porque en ese paraíso filantrópico habitan grandes escritores, prohombres de la ciencia, músicos, cineastas, cantautores, benefactores de todo tipo, actores, catedráticos... Lamentablemente para él y para sus seguidores, Garzón quedó al desnudo porque delincuentes y sinvergüenzas los hay en todos los espacios ideológicos. La chorizada es transversal, y desgraciadamente los españoles de ambos hemisferios somos peritos día tras día en comprobar y sufrir el latrocinio. Ser comunista, a estas alturas de la película, no te convierte en mejor persona, en todo caso, en una especie de anacronismo histórico llamado ‘socialismo científico’ y que acabó como acabó… o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.