A VUELTAS CON EL TIEMPO

Siempre estamos a vueltas con el tiempo, dichoso asunto que no sabría cómo definir pero que se escapa de las manos con una velocidad incontestable. La vida la construimos en torno a lo que anhelamos ser o tener con el cimiento de un pasado que matiza cualquiera de nuestros deseos. Somos lo que fuimos o quizás somos lo que queremos ser, como si fuera imposible sentir cualquier contento con lo que en realidad estamos haciendo en este presente que cuando piensas en él ya ha pasado, ya se ha esfumado; simplemente ya no existe, sin darnos cuenta y sin posible solución o pócima intemporal para remediarlo. Es una terquedad pensar en el hoy porque es el mañana que nunca llega el que agota nuestras neuronas, siempre en profunda derrota con la inmensa insatisfacción que nos adorna. No somos capaces, al menos en mi caso, de conformarnos con lo que tenemos en la mano, siempre hay algo que revolotea y te impide estar seguro y saber que nada me falta y todo me parece casi nada. En realidad es el sino del hombre contemporáneo, rodeado de infinidad de adminículos para alejarnos, al fin, los unos de los otros. Es decir, preferimos el selfie porque quizás no seamos capaces de mirarnos a la cara de tú a tú frente al espejo y despejar bajo las arrugas un rostro que nos recuerde a nosotros mismos o a algo de lo que fuimos. La melancolía de lo que no hemos logrado nos arruina, ¿verdad? No quiero confundir mi caso con los infinitos de la mayoría, pero como duele el peso del día vivimos con el deseo de que no se acabe este carrusel de incongruencias que nos hace humanos, pervertidos, exagerados, tristes, sensibles, acomodados. Al menos, en mi caso, me reflejo en todo aquello que nos hace querer que nos quieran y mimen como si fuéramos niños. A pesar de todo, todavía me conmueve la esperanza. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja