NO HAY BELLO SIN DESCANSO

Las cejas las puso Dios (o en su defecto Darwin) por algo concreto. Dos por cada individuo y más o menos encima de cada uno de los ojos, como una especie de redundancia de las pestañas, protegiendo el arco de la frente y como remate a las bovedillas oculares en su depresión previa al caprichoso puente de la nariz. No sé muy bien para qué sirven, y menos en mi caso, casi siempre escamoteadas por las gafas. Tanto es así que apenas tengo noticias de ellas porque cuando me desarmo de las lentes las dejo de ver casi por ensalmo. Es decir, que como Fernando Alonso, Messi y Cristiano me las depilo, no como ellos (que me imagino que recurrirán a extraordinarios y carísimos esteticistas) sino como producto de mis muchas dioptrías, que me las ocultan difuminándolas en mi espejo convirtiendo mi cara en una especie de autorretrato de Francis Bacon (o algo peor). He leído en la Wikipedia que la mayor parte de los primates y otros mamíferos también tienen cejas y que el entrenador del Real Madrid posee una ceja ácrata y mítica que se levanta sólo cuando se sobreexcita su músculo superciliar. Iker Casillas también se depila las cejas, como Silvester Stallone (aburridos ambos de todo) y Gallardón, el ex ministro aquél ya olvidado que tenía un mato-grosso enfatizando dramáticamente unos ojos que parecían verlo casi todo pero que en realidad apenas divisaban otra cosa que su ambición. Leo, asombrado, que en estos tiempos de ‘híspteres’ (si se me permite el palabro), que la nueva moda es retocarse las cejas. Coño, no hay quién se ponga de acuerdo, ahora que me dejo barba me tengo que arreglar las cejas. Obviamente no lo digo por mí, que no me toco nada, sino por las ‘celebrities’ y su legión de imitadores, que tienen que tener un lío morrocotudo. Es que no hay bello sin descanso. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja