DESMEMORIA Y SUDORES (*)
A última hora de ayer me acordé de que tenía que escribir esta columnita. No sé muy bien qué diablos me pudo pasar para que mis neuronas y mi memoria se descuidaran de recordarme que la más sagrada de mis obligaciones de cada miércoles estaba sin cumplir. De pronto empecé a sudar, el corazón se me encogió y busqué el motivo de tan desgraciado olvido. ¿Habrá sido el viento?, pensé. No creo, me dije, porque muchos miércoles hay viento y me levanto pensando en escribir. ¿Será el amor? Lo dudo, mascullé, porque mi amor es un pálpito irrefrenable que vive conmigo desde hace casi veinte años. Luego caí en la cuenta de que no me había afeitado. Mal rollo, cuando no me afeito es porque la pereza acude y es una compañera demasiado fiel como para patalearla. La pereza tiene mala prensa, lo entiendo, pero en ocasiones no está nada mal dejarse arrullar por ella, caer rendido y no hacer nada. Y ayer no me apetecía ni contar nubes. Sólo soñar, distraerme con cualquier cosa, divagar entre la rutina, seducir a un niño con una piruleta y luego afanarle las gafas. Yo también era gafoso y un estúpido gigante de mi barrio me las quitaba y después me llamaba ‘gominola’. Y me acordé de que la última vez que lo vi iba en moto y ya no me dijo ‘gominola’. Me saludó con afecto, pero yo hubiera querido que me hubiera intentado mangar las gafas e insultarme después. ¿Se imaginan? Estoy convencido de que le hubiera dado un abrazo: ¡Tío, como en los viejos tiempos! Tú tan enorme y yo con todo por descubrir. Un universo a cambio de un insultillo de nada.... Pero no, sólo me dijo qué tal estás. Es decir, que no he encontrado todavía la más mínima razón para justificar mi desmemoria. Quizás no haya olvido y que en realidad no sabía sobre qué escribir y haya tapado mi falta de talento con la justificación de la desmemoria. (* Para mi madre) o Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.