REIVINDICO EL LLANTO
El tiempo de nuestra opulencia parece que no haya pasado nunca. Siempre estamos buscando razones para el descontento, que las naturalezas muertas de la desmemoria apenas sobrevuelen los desatinos de nuestra razón. Somos compulsivos, recibimos tantos mensajes, tantas seducciones diariamente incontroladas, que cada segundo que pasa aumentan nuestras desdichas. Parece que seamos lo que nos gustaría tener. Todo lo que no poseemos debería ser nuestro, cada paso que damos nos mantiene al acecho de que es necesario obtener algo más de lo que logramos ayer no sea que nuestro vecino sea capaz mañana de multiplicar sus pesquisas más allá de lo que lo nosotros seamos capaces de soñar y de razonar. Es como si en una carrera todos quisiéramos llegar antes de que el juez dé la salida. O peor aún, en nuestro desvarío todos anhelamos ser el atleta, el árbitro que dictamina quién llega el primero e incluso el trofeo que se otorga en la meta. Todo el control tiene que depositarse en nuestras manos, que nada quede al albur de la improvisación. Por eso, y especulando contra la indolencia, añoro las sorpresas que nos puede ofrecer ese hecho tan sencillo que es la propia existencia, ese devenir diario de los acontecimientos, las cuestiones ínfimas que consiguen emocionarnos o las diatribas que logran que sonreír no sea imposible, o incluso llorar. A veces reivindico el llanto del perdedor, y lo digo por experiencia propia. Hay algo en la derrota que además de proporcionarnos convulsiones en el alma engrandece nuestra conciencia. No es que me guste perder, pero me aburre el coñazo de los triunfadores por sistema. Agustín García Calvo hablaba de los ojos del que sabe, de esa mirada metálica de la victoria. A veces me dan ganas de llorar y lloro. Otras no puedo y temo que se me haya olvidado el sabor de llanto. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.