
Mis conocimientos sobre infraestructuras y equipamientos urbanos sólo son comparables al diseñador de las papeleras circulares con orificios que abundan por Logroño con sus desconsoladas bolsas de plástico negras desencajadas casi todos los días por el viento y en las que introducir cualquier detrito es una auténtica odisea con lamentables resultados. Es decir, que no diferencio un vial de un talud, un semáforo de un banco ni un bordillo de un adoquín. Hubo un tiempo en el que confesé que hasta me gustaba aquella fuente con pinta de ataúd que un gracioso concejal, del que no recuerdo ni su nombre ni filiación partidaria, colocó en Portales. Declaro por eso, y por otras muchas cuitas más que no vienen al caso, que desconozco de raíz y de facto la conveniencia o no de derrumbar el túnel que actualmente discurre entre Vara de Rey y Duques de Nájera y reemplazarlo después por una glorieta en superficie, que me imagino que será una nueva rotonda o algo parecido. Si lo hacen espero que trasladen a cualquier otro sitio (si es posible a un almacén) esas dos volutas indescriptibles que coronan la actual circunferencia urbana. Lo que me preocupa de este asunto es que semejante obra, que debe de valer un riñón, sea motivo de caos ciudadano y que Logroño se tiña con la amargura de Gamonal. Si los arquitectos, ingenieros, urbanistas y demás ideólogos municipales estiman irremediable la actuación, hágase; pero si se hace, que sea con el consenso de vecinos y políticos de la oposición, con información y con esa cosa llamada transparencia. Me gustaría que se recurriera al civismo, a la concordia y a la participación. Personalmente creo que no hace falta, como no hacían falta ni el aeropuerto ni la catedralicia estación ferroviaria ni tantos millones enterrados en el CCR y la Gran Vía. Pero ésas son otras historias.
# Este artículo lo he publicado hoy en Diario La Rioja.