LA TEORÍA DE LOS ANTICUERPOS
Los partidos políticos tradicionales, definidos en España básicamente por el PP y el PSOE, han entrado en una crisis de identidad brutal. Sus estructuras jerarquizadas, en las que apenas hay resquicio para pensar (y actuar) libremente, chocan radicalmente con una sociedad ávida de respuestas y a la que ya no le sirve la empatía con un mensaje de un líder y de su correspondiente aparato. Creo en la teoría de los anticuerpos. Me la explicó Albert Boadella en una entrevista: «Yo fui anticuerpo en el franquismo, luego en la Nova Cançó y también con Ubú president»; es decir con Pujol. El dramaturgo decía que sin quererlo y pensando exactamente lo mismo en cada ocasión se colocaba en frente por sistema de esos poderes (fácticos en todos los casos) que hacían de su supervivencia en el cargo el frontispicio de sus actuaciones. Tras la convención vallisoletana hemos aprendido los electores que el PP ya no es derechas; es decir, que habita el centro del espacio político y que los votantes de derechas del PP (haberlos haylos, digo yo) estaban irremediablemente equivocados. En Andalucía andan en guerra los aparatos (madrileño y sevillano) a ver quién coloca a su protegido al frente de la lista; exactamente lo que había sucedido hace unos meses con el PSOE con Susana Díaz, la nueva socialista federalista con Cataluña. Los partidos sueñan ser de granito: intocables, infranqueables, ¿incorruptibles? Pero la lógica de la realidad va mucho más allá de los informes de sus fundaciones. Están resquebrajados, acartonados, incapaces de ofrecer alternativas que no sean ellos mismos. Nadie les cree. Bueno sí, sus jóvenes y jóvenas. Excepto ellos, el resto de la sociedad los contempla atribulada, sin saber a qué carta quedarse, nadando entre la indiferencia y el llanto, entre la desesperación y la falta de esperanza. ¿Se darán cuenta algún día? # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.