MICHELLE Y HELLE NO SE AGUANTAN
Helle Thorning-Schmidt iba de un imponente negro del que emergía su cabellera dorada entre las miradas de Barack Obama y David Cameron. Al lado, aunque parecía sentada en otro continente, estaba Michelle, la primera dama a la que le rechinaban los oídos cuando su marido acercaba el hocico a la oreja de la wagneriana primera ministra danesa y le susurraba vaya usted a saber qué confidencia. Helle miraba hacia las rodillas de Barack y como Cameron también quería participar de la íntima escenita archirretransmitida, ni corto ni perezoso se coló en la fiesta de ambos mandatarios para hacerse entre los tres una fotito ‘selfie’ con el móvil del Helle, un ‘smartphone’ que ha guardado en su memoria digital su carita tan tiernamente rodeada por la esencia del poder occidental, convertido en dos colegiales disputándose un arrumaco de la más guapa de la clase. A Michelle, mientras tanto, se le iban inflando sus mofletes de primera dama al verse allí tan sola, mientras los dos grandes líderes interplanetarios se deshacían en parabienes con la danesa, que por un momento se debió de sentir como la reina del mundo allí en Johannesburgo, en los faraónicos memoriales de Mandela. Ella, sin duda, era consciente de que Obama había estrechado la mano unos momentos antes a Raúl Castro, el sátrapa hermano del gran sátrapa del que no se sabe si está vivo o muerto, pero al que me imagino con su chándal tan despechado en ese mismo instante como Michelle por Barack. Así que la señora Obama se levantó y en un descuido se colocó en medio para hacer el efecto bloqueo entre ella (es decir, Helle) y su obnubilado esposo. Barack se dio cuenta y procedió a galantear a Michelle besando su mano mientras Helle atusaba su mentón pensando, sin duda, que había conseguido desestabilizar la Casa Blanca con solo cruzar sus piernas. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.