LA FUENTE DE LA PLAZOLETA
Desconozco si nuestros ingenieros municipales han sido capaces ya de desenmarañar el misterio de la fuente de la plaza de los Derechos Humanos, do mana el agua de llamativos colores a pesar de que estas calendas no sean las de San Mateo y que Ángel Varea, que se sepa, no tenga asiento en el Cabildo para pigmentar las incoloras moléculas del líquido elemento que sostiene la vida en este valle de lágrimas. No quiero ni imaginarme el método elegido para hacer del agua un lienzo. ¿Acaso se podrá beber? ¿Cambiará la pigmentación su aroma o su textura? ¿Qué demonios pretende el autor de tamaña osadía demostrar con su asalto a esa fuentecilla solitaria, un poco triste, y nada melodramática de la plazoleta? Yo, de pequeño, jugaba allí y la fuente no era decorativa (como se supone que es ésta de ahora), sino fuente para abrevar, con un pequeño chorrillo que apenas vencía la gravedad unos centímetros para que los mocetes de pantalón corto y rodillas zaheridas no tuvieran que chupar su descolorida boquilla al aliviar el reseco que producían aquellos interminables partidos de fútbol a individuales. Por cierto, gran competición. Cada cual escogía una portería, tantas como bancos había en el redondo parque. En ese momento se desataba una especie de furia e íbamos contra todos, a cara de perro, y solamente ganaba aquél que mantuviera virgen su banco a sabiendas de que no se podían hacer alianzas entre los contendientes para lanzarse a mansalva contra el más torpe. No había estrategias, ni tácticas, ni fueras de juego. Sólo inteligencia y fuerza. Yo nunca gané. Obvio. Pero tampoco me dijo nadie que treinta años después lo iba a recordar hablando de una fuente de barrio que lanza el agua pigmentada en una especie de poética sanción al devenir diario de los acontecimientos. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja