
Me imaginé ayer, en el ratillo ese tonto de la siesta, a Mariano en la Diada de incógnito, con su talla de gigante, quizá vestido de sport (con una rebequita sobre el hombro y un paraguas a mano), con barbas y a lo loco entre la multitud independentista gritando a gritos aquello de España nos roba, los de Madrid nos mangan, los murcianos nos hacen escabeche, los de Huelva no nos dejan ni los huesos del jamón de Aracena y los de Asturias, ni te cuento desde que regalamos al Atleli (de Madrit) a Villa. Mariano otearía en ese mar de banderas esteledas a Helena Rakosnik, la mujer de Mas, aferrada a la Vía catalana, en el tramo que pasa por la plaza de Sant Jaume, justo delante del Palau de la Generalitat. Y me la imaginaba hablando dichosa por teléfono con unos independentistas de Vinaroz (provincia de Castellón) que habían llegado justo a tiempo para ver pasar a Pilar Rahola, cual supermana de la independencia con su estelada flotándole por la espalda, antes de llegar a Camp Nou y saludar a una amiga de Les Borges Blanques que gritaba sin parar que quería ser libre. Mas se fue ayer a Ripoll y había tantísima gente que los organizadores pedían a los participantes que formaran una triple cadena (teniendo en cuenta que convenía no amontonarse cuando llegaran los fotógrafos). Xavier Trias, alcalde de Barcelona, se mostraba orgulloso de su país soberano y en la Plaça de Catalunya no paraba de sonar el Himno de la Alegría. «¡Adeu Espanya. Marxem!», gritaba una señora en el parc de la Ciutadella mientras lloraban unos diputados convergentes de tanta emoción. Al fondo, el crepitar de las campanas de la Seu de Lleida, que se escuchaban desde el Alt Camp hasta el Ampurdá y e incluso en la Vía Laietana, donde había llegado ya Mariano con la rebeca puesta y el paraguas abierto por las goteras del Congreso.
# Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.