LA FUERZA DE LA INTANGIBILIDAD

Vivimos tiempos duros los aficionados al toreo; tiempos de crisis generalizada, de menos festejos, de honorarios en muchas plazas no por debajo de los mínimos, sino de cualquier respeto a lo que significa algo tan duro como vestirse de luces y ponerse delante de un toro. Es cierto, además, que buena parte de la sociedad le ha dado la espalda a la fiesta y que existe una evidente destaurinización entre los jóvenes. Sin embargo no todo está perdido, ni mucho menos. Hay motivos fundados para la esperanza porque esta crisis también tiene el aspecto positivo de limpieza de muchas de las cosas que sobran, y son bastantes. Sin embargo, mucho más allá de todos los desconsuelos, el toreo es tan poderoso y tan extraordinario que cuando uno menos se lo espera brota la emoción más allá de cualquier parámetro establecido en un espacio marcado por algo que constituye su esencia, la fuerza de la intangibilidad. Morante ha caído herido de suma gravedad en Huesca cuando estaba toreando con su verdad existencial y distinta a casi todas a un toro de Gerardo Ortega que lo cogió de lleno. Morante quedó yerto, desmadejado, con la pierna abierta y taladrada por tres cornadas brutales. El miércoles en Gijón, otros dos matadores, Antonio Ferrera y Javier Castaño, recibieron sendas cornadas y tuvieron los arrestos de salir recién operados del quirófano para lidiar a sus dos últimos toros. Fue un espectáculo grandioso, incomparable a nada. Dos tíos reventados, con el muslo abierto, con el sabor del hule metido hasta la entraña, dejaron cualquier dolor a un lado, y sin un aspaviento, sin ninguna sobreactuación innecesaria, volvieron al ruedo para torear, triunfar por derecho, y salir andando de la plaza camino del hospital. Lástima que los periodistas no seamos capaces de trasladar esa autenticidad fuera del gueto. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.