El ‘iYATE’ DE STEVE JOBS
El verano debe de ser una ensoñación, barruntaba ayer de paseo por Ezcaray con mis zapatillas sin apenas suela y mis pies ateridos, congelados, casi como si fueran desnudos violando la cubierta transparente del yate de Steve Jobs; la macarrada ésa de 78 metros de eslora con nada menos que siete pantallas iMac de 27 pulgadas en el puente de mando y que alguien ha tenido a bien amarrar hasta el siete de julio en el puerto de Palma de Mallorca. El ‘iYate’ de Jobs parece algo así como el canto desesperanzado de un individuo del que no albergo ni la más mínima duda de su genialidad pero al que el mundo se le antojaba a todas luces poca cosa para él. Un barco que no parece un barco, con una quilla brutalmente recta de la que nace un gigantesco ventanal alargado y rematado por encima con dos especies de prismas lánguidos con terracita y un aire entre japonés y milenario. Un barco que diseñó hasta el último momento a sabiendas de que el cáncer lo estaba devastando y que le iba a ser imposible capitanear. La paradoja del frío en este arranque de verano húmedo me recuerda a la fuerza de voluntad de un tipo que se sabía muerto pero que luchaba contra su porvenir dibujando una nave llamada Venus, que a mí me recuerda a un iPhone que flota y a la que por dentro me la imagino llena de estancias sorprendentes como el Nautilus del capitán Nemo. Dentro de Venus uno puede esperarse cualquier cosa, neveras refrigeradas por iones, vitrocerámicas en ‘tresdé’, duchas secas, pabellones de invierno y camas flotantes conectadas con la sede de Apple, allí por la parte californiana de Cupertino donde los herederos de Jobs no tienen ni idea de lo bien que se está por Ezcaray o por Logroño sosteniendo la lumbre para encenderse un cigarrillo con un sarmiento a la luz de la luna. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.