UN PAÍS MOURIÑIZADO

No me interesa lo más mínimo el discurso de José Mourinho ni sus continuas broncas con todas aquellas criaturas mundanas que no piensen como él o que no le bailan el agua: periodistas, futbolistas, entrenadores, presidentes, trencillas, aficionados, recogepelotas, cancerberos o taquilleras del Bernabéu, todo el mundo le incomoda. No le sigo a Mourinho pero tengo la rara sensación de que es él quien me persigue porque su nombre aparece constantemente en los noticieros, en las páginas webs de todos los periódicos, en las conversaciones de las cafeterías, por la calle Laurel, en los wassap; te asomas a la tele y ahí está él con su cara amargada del que lo sabe todo; pones la radio y un grupo de periodistas discute si se va a ir, si vino, si Pepe o Casillas, si Diego López, si Florentino no le aguata o ha nombrado o dejado de nombrar a Del Bosque en su enésima rueda de prensa. Lo siento, me da igual Mourinho, sus rencillas, si es buen entrenador, si fuma en pipa, si tiene una novia congoleña, si en el fondo es del Barça, si se merece más, si cobra poco, si tiene buen corazón, si le amarga la envida o está marcado por las rencillas o por el contrario, si le enternece el silbo de una alcándara o le hace feliz la sonrisa de un muchacho. España, a pesar de todo (es decir, de la que está cayendo) no se merece un tipo así, aunque los directores de periódicos, de las radios, de los programas del corazón o de cualquier medio de comunicación piensen exactamente lo contrario. Mourinho me aturde, me agobia verlo todo el día en primera plana con esa cara de quien se ha tragado un sapo, de comeniños, de anémona sin alma, de vendedor de esa nada a la que representa. Y él tan pancho, tan rico y el país hecho unos zorros comiéndose literalmente el coco al ritmo que imponen sus arrancadas de caballo andaluz y sus parones de borrico portugués. ¡Qué sopor! # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.