LES VA LA VIDA EN ELLO

Como padre siento miedo. A nuestros hijos los queremos proteger de todo mal y en el fondo nos gustaría que vivieran en el interior de una imaginaria campana en la que ningún peligro les pudiera acechar por lo menos hasta que cumplieran cincuenta años. Pero ese afán es imposible; la vida está llena de provocaciones y en el fondo es bueno caer en el error para darse cuenta hacia dónde no conviene dirigirse. Lo cierto es que no puedo recordar a qué edad probé el alcohol, ni tampoco la primera vez que llegué a casa y comprobé cómo mi cama, tan quieta ella durante tanto tiempo, comenzaba a bambolearse a un ritmo infernal y tan desagradable que sólo se curaba vomitando en el cuarto de baño. Y digo esto porque a veces paseo los fines de semana por los parques y veo grupos de muchachos, de preadolescentes que no creo que hayan cumplido los catorce años, rendidos a los efluvios de wodka, del güisqui o del ron, mezclados con lima, menta o extravagantes zumos exóticos, con sus cuerpecitos ensayando cada paso con extrema dificultad o sencillamente tirados en el césped durmiendo las monas más increíbles que imaginarse puedan. Y me pregunto quién les vende semejantes bombas de relojería a estos mocosos y cómo es posible que encuentren el más mínimo placer agarrándose semejantes cogorzas. Sanidad quiere poner en marcha una nueva ley para prevenir el consumo de alcohol entre menores. Y los datos asustan porque según diferentes encuestas los jóvenes comienzan a tomar alcohol a los 13 años y uno de cada diez de entre 12 y 18 años lo consume cada semana. No hay que tener piedad para los desalmados que venden alcohol a menores, sin duda, pero debemos ser los padres y las familias los que les alerten del riesgo que corren, de que les va la vida en ello. Así como suena. # Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja