Hasta los rieles del tren me hacen llorar

Los ladrones en mis tiempos infantiles hurtaban carteras, relojes, gemelos, bastones con empuñaduras de nácar y pasacorbatas bañadas en oro. Había algunos, los más osados, que atemorizaban a las abuelitas que se sentaban en los parques y que depositaban en su falda aquellos monederos con brochecito donde llevaban apenas cien o doscientas pesetas para comprar el pan, los huevos y si la economía podía hasta una piruleta a sus nietos de tez sonrosada. Quizás fueran ladrones enamorados de una novia que posiblemente se llamaba Rosita, como escribió el poeta argentino Raúl González Tuñón; rufianes que mercaban con aquellos estertores del dinero y colocaban después sus exiguos caudales en sueños parecidos al de las izas, rabizas y colipoterras de Camilo José Cela; ladrones con corazón, ladrones con guantes, ladrones que no aspiraban a los bancos hasta que llegó el caballo y cabalgaron a dos pistas hasta convertirse en horrendos perros callejeros. Ahora, en la posmodernidad ‘dospuntocero’, y dejando a un lado los chorizos de clase (política, bancaria y sindical) parece que los amigos de lo ajeno apenas tienen rostro y roban cosas tan poco transportable como vías de tren. De los monederos y los jarrones de nácar a los raíles de los ferrocarriles; de las carteras hurtadas en un descuido al frío y oxidado acero de los trenes. Sucedió en la estación de Fuenmayor, donde la Guardia Civil (los jundunares para los del bronce) detectó tres rieles de cinco metros acomodados (es un decir) entre colchones usados y garrafas de gasolina. La foto enviada por el benemérito cuerpo me causó un dolor insoportable al verlos tan solos y me acordé del poema ‘Penas y penas’, de Luis Rius Azcoita, que cantaba Enrique Morente: «Hasta los rieles del tren / me hacen llorar / tan cerca el uno del otro, / ¡cómo quisieran!, se alargan / y no se pueden juntar».  

# Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.

# Detenidas tres personas por sustraer raíles en la vía férrea