
Desde hace tiempo apenas se habla de ETA ni del dolor de sus víctimas, ese grupo de ciudadanos que suele habitar en el silencio de las instituciones y al que en demasiadas ocasiones se les pretende esconder bajo la alfombra de los intereses partidistas no sea que nos devuelvan a la cruda realidad de que con estas cosas no se juega. El péndulo de la actualidad, caprichoso y volátil, está ahora en el lado de la Cataluña secesionista y estelada, de la Cataluña devorada entre los multimillonarios hijos de Pujol, los espías del tres por ciento (o algo así), el florero con micrófonos del restaurante la Camarga y el silencio de los corderos de los recortes en Sanidad mientras se mantiene intocable el sistema propagandístico oficial para alimentar el afán secesionista y sus embajaditas por el mundo. El gobierno de Rajoy sigue en silencio y mientras el PNV del sigiloso Urkullu esboza una estrategia inteligentemente fría, ETA «lamenta el daño» a ciudadanos «sin responsabilidad en el conflicto». Es decir, que sigue jerarquizando su violencia y lejos de arrepentirse del dolor causado, a la vista del comunicado leído por Garikoitz Aspiazu, ‘Txeroki’, no queda más remedio que pensar que están muy lejos de cualquier cosa parecida a entregar las armas y disolverse, que es lo único que en un Estado de Derecho pueden hacer. A partir de ahí ya se vería. Pero no, ETA respira en calma desde las instituciones manejando información y dinero público, controlando ayuntamientos y diputaciones a pesar de que el Tribunal Supremo había dictado que sus marcas electorales no eran más que sublimes tapaderas de su hedor. El TC echó todo el trabajo por tierra y ahora seguimos a la espera de su próxima jugada. No hay más que eso, estrategias para mantener el miedo: el paradójico victimismo de los verdugos.
# Este artículo lo he publicado en Diario La Rioja.