NI LA MUERTE LE QUIERE A SU LADO
Desde que apareció el tema de la posible enfermedad terminal de Uribetxeberria Bolinaga no hace más que rondar por mi cabeza la palabra muerte. Muerte obsesiva que huele a muerte y que lleva a ella como necesidad evidente de explicación de una existencia ceñida al dolor más irracional y bestia. Muerte que se multiplica en los informativos sin más razón que la utilización más artera del fin de los días para seguir asustando, expoliando el alma, revistiendo los corazones con el perpetuo aroma a cementerio que es lo único que esta banda de asesinos sabe hacer. Son peritos del dolor, ingenieros del espanto, edecanes de la violencia, sacerdotes de un diablo que habita en su entraña negra y que desparrama odio; odio espantoso en la mirada de un tipo que se sabe muerto mucho antes de haber perpetrado el primero de sus tres asesinatos, un tipo que no es nada, que nunca ha sido nada y que será la misma nada el día en el que los ojos se le cierren por última vez. Ciego de dolor, ausente de cualquier sentido de la compasión, me compadezco de él y de todos lo que le siguen, dicen entenderlo o se solidarizan con su espantoso y atribulado mensaje. No puedo ni imaginar los fantasmas que le aguardan cada noche y los que le atormentan el costado cuando piensa en la noche más larga que ahora esgrime su defensa para salir de la cárcel. Y aunque no es nada, en el fondo de su corazón anidará el miedo, una mota de espanto cruel, un estrambote último de humanidad, aunque sea una lasca de corazón, una célula acaso, habrá un escozor de miedo que no le deje dormir. Y entonces llorará hundido en su derrota y se dará cuenta de que cuando nació ya estaba muerto y que la muerte misma se asusta de estar a su lado cuando es de noche y se precipita en su abismo. # Publicado en Diario La Rioja