MÁS ALLÁ DEL ARTE ESTÁ SU AMOR

Cecilia Giménez, la pobre, quería arreglar el Ecce Homo de la ermita del Santuario de la Misericordia de Borja porque le dolía verlo así, tan parasitado por la humedad, tan desvencijado por el paso del tiempo, los flashes de los escasos turistas que paran por aquel santo sitial y el desaire que solemos tener nosotros, los españoles, con nuestras obras de arte. Para la señora su Cristo doliente era parte consustancial de la existencia; estaba acostumbrada a él desde niña, lo admiraba en silencio, lo repensaba e incluso antes de su peculiar reinvención del rostro divino ya se había atrevido a remodelar los pliegues de la túnica sagrada (fíjense en la nueva voluta inferior). Cecilia miraba cada mañana al Cristo y contemplaba impotente su lenta e inexorable muerte a manos de ácaros y moléculas de cal fingida. Y tomó una decisión. El cura la veía plantada cada mañana frente al Ecce Homo pintado por el artista Elías García Martínez en el XIX. Y el cura callaba. Los parroquianos ni reparaban en Cecilia, tan habitual del lugar como el electricista avaricioso que afanó el Códice Calixtino por un despecho con el Deán catedralicio, allá en Santiago. Ella miraba la Santa Faz y lloraba porque cada día estaba más desvanecida, apenas sobresalía el gesto divino ante la muerte cercana, ni el dolor al pronunciar el siempre inquietante ‘Eloi, Eloi, ¿lema sabactani?’ (Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?). Y llevó a cabo la decisión. Y la aplaudo por ello. Ella se atrevió a dar el paso en silencio porque pensaba que estaba haciendo el bien a la mortecina imagen de su Dios. Más allá del arte esta su amor; más allá de lo grotesco está su amor. Es fácil reírse de ella, mofarse de su restauración, del mono Dios creado por Cecilia. Pero el amor es la más grande de la esperanzas. # Publicado en Diario La Rioja