CREO QUE SE LLAMA MELANCOLÍA

Tengo una sensación rara e indefinida con España y con los españoles; es decir, con todos nosotros y conmigo mismo a la cabeza para no pensarme mejor que nadie ni doctor entusiasta ni atrevido sobre cómo salir de este agujero. Ni dramatizo ni cuestiono la política; sin embargo cuando las cosas iban bien y muchos se creían a salvo de cualquier contingencia, el grito más escuchado, quizás el único, era ¡otra de gambas! Mas ya no hay gambas y muchos de los que pedían más raciones a sabiendas de que los créditos y las deudas no podían ser infinitas, han visto cómo el fabuloso castillo de naipes en el que habitaban se ha esfumado de las manos con la nada misma entre los dedos y sin aliento. Nuestros políticos lo han hecho rematadamente mal; unos por incompetencia, otros por ladrones, los de más allá por refractarios ante cualquier compromiso con la libertad individual y muchos porque el corazón de nuestras tinieblas habita precisamente en el tuétano de nuestro sistema de partidos y sindicatos, exactamente donde ellos medran para convertir el servicio público en algo así como un privilegio, en un estatus de supervivencia. Pero me temo es que lo más terrible de todo es que hemos asistido a nuestros funerales mirando hacia otro lado, buscando una mamandurria o jugando con los pisos sin escriturar a ver si se los vendíamos a otro y sacábamos el doble. Muchos hemos pedido créditos para irnos de vacaciones a Cancún, para cambiar un coche por otro más grande y guay o para amueblar el salón de té con un esquinero de diseño y colocar sobre él un teléfono con forma de góndola. Corría el dinero a espuertas y como vino se fue. ¡Una de gambas!, decíamos entonces. Creo que se llama melancolía, barrunto ahora. # Publicado en Diario La Rioja