EL BOSÓN DE RATO
Por mucho que me lo expliquen creo que jamás seré capaz de entender qué diablos es el Bosón éste de Higgs. Sin embargo, como soy periodista y cada jueves tengo el privilegio de contarles las cosas que aturullan mi cabezota mediática, estoy a punto de explicarles la relación de este inaudito bosón con la irrealidad telúrica con la que convivimos en esta crisis particularmente acelerada por sujetos paradójicamente innombrables pero que siempre tenemos en la punta de la lengua. El bosón, conviene explicarlo, es una especie de campo invisible presente en todos y cada uno de los rincones del universo y que hace que las partículas inmersas en él tengan masa. Es decir, pongamos que el terreno que no se ve es Bankia (no se ve porque se lo han llevado crudo) y que cada uno de los rincones del espacio lo constituyen –mira por dónde– la inmensidad de pisos vacíos que yacen en el limbo de las hipotecas no pagadas pero sumergidas en terrenos yertos recalificados a precios de oro pagados por usted y por mí. Ahí, exactamente ahí, reside la partícula de Dios de Rato, que es posiblemente la masa informe que ha cualificado el cerrado por derribo de nuestra crisis castizamente inmobiliaria. Rato no sé si llegó del CERN o del FMI; el caso es que llegó, unió, cobró, calló y cayó. Y obviamente, puso sobre la mesa la evidencia de que más de la mitad de nuestro sistema financiero era más irreal y oscuro que los agujeros negros de Stephen Hawkings, que de bosones sabe tanto como Higgs. La partícula insondable debe ser invisible, como nuestros ahorros; innombrable, como nuestros gestores; inalcanzable, como nuestro futuro, e insoportable, como el desaliento cuántico que supone vivir en un país teledirigido por semejante grupo de impostores. # Publicado en Diario La Rioja