Una pe con punto

Para mí Plácido siempre ha sido y será Casto Sendra, el increíble Cassen que dio vida y título a aquella gigantesca película de Berlanga y Azcona. Al otro Plácido (Domingo) siempre lo divisé de lejos y desde el puro desconocimiento de sus virtudes artísticas. Y ahora desde el aterido desconcierto ante su impresentable versión de depredador. P. Domingo había generado su leyenda de español sin mácula, de soberbio maestro inmortal y de divinidad con capa negra sobrevolando desde la Ópera de Washington a la Orden del Imperio Británico y el Bernabéu con el himno del centenario del Real Madrid. Cualquier grandeza parecía desvanecerse ante su sombra de gigante. «He sido galante, pero siempre en los límites de la caballerosidad», le confesó el barítono a Rubén Amón en su apartamento neoyorquino a finales del año pasado. Sonreía Plácido. Ya no. P. Domingo acosó sexualmente a varias decenas de mujeres y abusó de su poder. De «he sido galante» a aceptar «toda la responsabilidad» de las acusaciones de acoso sexual. ¡Qué vergüenza! Las mentiras rebozadas, además, con ese acuerdo (desvelado por The New York Times) al que pretendía llegar su cohorte de abogados con el sindicato ‘American Guild of Musical Artists’ (AGMA) a cambio de que no salieran a la luz sus múltiples episodios comprometidos de dos décadas de acoso. Medio millón de dólares, eso es lo que iba a abonar P. para mantener su galantería en «los estrictos límites de la generosidad». Para mí Plácido irá siempre en su motocarro aquella noche de Navidad con hambre. Y P. Domingo no llega ni a una pe con punto.