Cortar, copiar y pegar
Cortar, copiar y pegar es la herramienta por antonomasia; la línea Maginot tras la que se protegen todos los que se ganan la vida frente a un ordenador diseñando automóviles, editando textos o sumidos entre las voluptuosas celdillas del Excell, esa majadería rara e incomprensible con la que a veces me topo y ante la que acabo tan derrotado como cuando me asomo al galimatías del Ulises de James Joyce. Y resulta que cortar, copiar y pegar tenía un inventor y se acaba de morir. Se llamaba Lawrence ‘Larry’ Tesler y lo incorporó en 1983 a una computadora a la que Steve Jobs bautizó con el nombre de su hija Lisa pero que fue un fracaso comercial... Pero todo cambió gracias al invento de Larry, que es como una fuente con agua fresca en un camino polvoriento y pedregoso. Ves el agua y te lanzas, como te agarras al clavo ardiendo del cortar, copiar y pegar, que de algún modo también es una fuente de la que va fluyendo el líquido de las palabras, el resuello de una fotografía o la equidistancia ausente y congelada de una cifra que quieres retener pero se refracta de los dedos (y en mi caso de la inteligencia). ¿Quién inventó la fuente? ¿Quién las sillas? ¿A quién se le ocurrió hacer rodar una rueda? Tuvo que haber uno (o una) que se adelantara a los demás pero quedarán para siempre sumidos en lo más oscuro de las tinieblas de la historia. Pero Larry no. A Larry lo hemos descubierto el día de su muerte porque los humanos somos así y nadie había reparado (al menos yo) que a alguien se le había ocurrido lo de cortar, copiar y pegar para facilitarnos la vida y saciar nuestra sed en una tarde reseca y yerta.